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Palabras de agradecimiento por el Premio Literario de la Academia Argentina
de Letras, género Poesía, 2004-2206 a trayectoria y "Hospital de veteranos";
sede de la Academia, 22 de noviembre de 2007.

Éste es un día muy feliz en mi vida y tengo mucho que agradecer: a la Academia Argentina de Letras por esta distinción que me honra y emociona; a la Academia en general por lo que significa para mi país, y a cada uno de los académicos, a quienes admiro. En especial a Horacio Castillo por sus profundas, generosas palabras. Y permítanme, por favor, agradecer a la Poesía, que me trajo hasta aquí. La poesía: esa aventura en el corazón del lenguaje, la sangre del idioma.

La fascinación por el lenguaje estuvo en mí desde siempre; aprendí a leer y escribir antes de la escuela y a los diez años apareció el primer poema. Niñita sabia (muchísimo más sabia de lo que soy ahora, debo confesar), supe que ésa era mi casa; no mi “carrera” ni “destino”, ni otra palabra similar. No. Mi casa. El lugar donde respirar, donde intentar comprender el mundo y al mismo tiempo zambullirme en él; el lugar donde la soledad se volviera sonora (San Juan de la Cruz dixit) y la reflexión se transformara en belleza. Un lugar de reunión, de concentración; un relámpago de percepción, dije una vez.

Joseph Brodsky escribió que el poeta es un ser que ha sido marcado, herido por el lenguaje (casi siempre en la infancia o adolescencia). Lo dijo a propósito de un verso de Auden sobre Yeats: “La loca Irlanda te hirió hasta la poesía”. Tal vez Brodsky tenga razón y esa voz del lenguaje se transforma en su inspiración y a ella vuelve, una y otra vez, acechando, alerta, su inquietud, su enorme interrogante, buscando una epifanía que dé sentido al mundo.

El poeta: un pescador que observa las mareas. ¿Traerá el mar una linterna para iluminar los rincones oscuros de la existencia? ¿Nos traerá el modo de tocar la ausencia, de rozar el silencio?

La poesía es el lugar donde sucede lo imposible. Saca al lenguaje de sus sitios convencionales y lo hace temblar. En ese tembladeral, aunque no repara ninguna pérdida, desafía a la separación, consigue unir lo que ha sido desperdigado, fragmentado. Es una verdadera oración al lenguaje y el lenguaje es lo que nos define como humanos.

Volver a nombrarlo todo como si fuera la primera vez: agua, fuego, cielo, montaña.

Como los artistas de hace miles de años dibujando con precisión un bisonte, un guanaco, en la oscuridad de la cueva con una antorcha en la mano, hasta hacerlos danzar. Con sutileza, con trazos casi perfectos, esos animales que ellos temían, conocían, respetaban, están vivos allí y nos hablan del encuentro del ser humano con el miedo, con la belleza, con el misterio.

¿No es ésa acaso la tarea, el intento apasionado de la poesía?

Del cajón de sastre de la memoria que el lenguaje es, el poeta trata de extraer lo esencial, fragmentos de sombras que rodeen nuestra identidad y nos regalen una certeza minúscula, una huella de ese misterio que somos.

Digo certeza, certidumbre, porque la poesía es una palabra verdadera (nada complaciente ni sentimental) que abarca por igual congoja y maravilla y se opone a la crueldad e injusticia del mundo por el solo hecho de existir, de agregar una nota o una afinación a la música del mundo, de llamar a la totalidad y a la intensificación de nuestra naturaleza transitoria, porque nada es más preciado —precioso— que la conciencia de nuestra fragilidad.

Gracias, otra vez, a la Academia, a Horacio Castillo, a todos ustedes, a la niñita que fui y a la Poesía: ese juego mayor, esa voz que viene desde el fondo de los tiempos y va hacia el fondo de los tiempos dejando un rastro, una lúcida estalagmita en la cueva del mundo.

 

Paulina Vinderman

Bs. As., Acad. Arg. De Letras, 22-11-07


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