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Paulina Vinderman: Vivir para contarlo
  Extraído de "El género de la tristeza: dos poetas argentinas en el después".
Latin American Literary Review,
por Suzanne Chavez Silverman, enero-junio 2001
   
 

...Ocurre un cambio marcado en la poesía de Vinderman a partir de Rojo junio, su segundo libro publicado después de la dictadura. En varias entrevistas, la poeta lo describe como un haber encontrado su propia respiración (es notoria su fijación en la asfixia, en textos antes y después de este libro). Se observa aquí también un remanso breve y tentativo de (nada sentimental) optimismo, una tregua con el dolor en la que predomina un mayor regocijo en la creación poética (nunca del todo ausente, incluso en los textos más desolados, por otra parte). Esta actitud es ejemplificada en el poema "La cuarta cuerda", en el cual la poeta hace un cuento para su hija a la vez literal y alegórico.

En este texto presenciamos el funcionamiento de los adorados objetos cotidianos de los que tanto habla Vinderman, su "cable a tierra". Los objetos están presentes en la poesía de Vinderman desde el principio; pero a partir de Rojo junio comienzan a permitir que la poeta desarrolle una mirada más amplia, menos claustrofóbica y vaga (apto correlato objetivo de los años de plomo pasados). Esta nueva mirada se orienta hacia lo concreto, si bien nunca cae en lo anecdótico ni lo objetivista).
En "La cuarta cuerda", la hablante dialoga con su hija sobre un viejo que toca un violín al que le falta una cuerda, dueño (o amigo) de un gato al que le falta una oreja. Las interrupciones impacientes e infantiles de la hija representan la voz de la realidad, del pragmatismo (invirtiendo así lo que se esperaría en cuanto a la representación tradicional de los roles de madre e hija) mientras que la lección que la hablante imparte a su hija es a la vez fantasiosa (¿lo que se esperaría de una madre poeta, quizás?) y trascendental: "¿la poesía? Como ese viejo que tocaba el violín, /como la vida, / como la atención sobre sólo tres cuerdas/ y una oreja/ y el color de una tarde."
El hecho de transmitir una poética en el contexto de una conversación con la hija desarma. Es una propuesta que sutilmente subvierte las estructuras y las expectativas de la sociedad patriarcal. La sabiduría, "las reglas de la supervivencia", se deben pasar de madre a hija, pero en "La cuarta cuerda" hay algo que parece a primera vista ser una inversión de los papeles madre-hija que en un nivel más profundo no lo es. Lo que le importa a esta madre es sabiduría, pero de otra índole: a la hablante de Vinderman le interesa sobre todo enseñar a su hija otro modo de mirar - la poesía y la vida.
En los dos últimos libros, la mirada de Vinderman se vuelve más amplia y exteriorizante todavía. Usa el conocido motivo del viaje para comunicar, mediante una visión de los trópicos latinoamericanos barrocamente sensuales, un retrato despiadado de la palabra, del cuerpo y la subjetividad de una mujer en el tiempo. El poeta argentino Santiago Sylvester, poniendo el dedo en la llaga, ha dicho que Escalera de incendio (1994) es "un paseo tranquilo por un campo minado". El hermoso poema "Campo quemado" constituye un ejemplo emblemático de la hablante lírica - a la vez tranquila y despiadada - de Escalera de incendio.

Nada de todo esto se parece al miedo,
el miedo es un agujero donde uno se resguarda
antes de la acción.
Este vacío se parece al hambre, a una tierra
                                                         quemada.
Veo, desde la ruta, un último hurón apresurarse
a escapar, ningún pájaro queda.
Soy una mujer al borde de un camino, todos
mis gestos son los de partir.

Una vez bailé un vals en un hotel de lujo,
el mundo era rojo entonces, me sabía heroína,
ahora escribo sobre la heroicidad después de
lavarme la cara: alguna historia con buenos fracasados
en las márgenes del papel.

Inconsistente y neutra,
alzo los párpados desde una luminosidad que
                                                          recuerdo,
como una actriz antes de la representación,
en un teatro de provincia.

No me interesa ahora intervenir en el discurso sobre cuál es la actitud/textualidad más apropiada, más "auténticamente" feminista —si afeites o no, si separatismo intransigente o pactar: lo cierto es que romper el silencio, dirigirse al ninguneo hacia la mujer "mayor", hablar de la belleza y de la edad incomoda. Es difícil y valiente (particularmente en un país tan machista y en una ciudad tan ferozmente volcada hacia lo estético como Buenos Aires) tratar estos temas, obligar a otra mirada, sin caer en la cursilería ni el patetismo. Y esto lo logra Vinderman, me parece. Pero este poema es y no es "sobre" la mirada patriarcal hacia una mujer de "cierta edad". Como mencioné, en este y en el siguiente libro, el motivo del viaje cobra una resonancia capital. El viaje es, en realidad, más que sólo un motivo literario: Vinderman ha recorrido en auto el continente americano, desde la Patagonia hasta México. "Campo quemado" es también una mini-crónica de viaje, una instantánea de un road trip que a la vez alegoriza nítidamente un momento particular de la historia argentina pos-dictatorial—la década de Menem— que aunque obviamente mucho menos violento y dramático que los años del Proceso, no carece de su propio horror. En la primera estrofa, la hablante se apropia de la mirada (como en todos los libros anteriores) para textualizar este horror vacui que, si bien no es ni se parece al miedo que se vivió cotidianamente durante la dictadura (y que Vinderman poetizó en sus tres primeros libros publicados), es un vacío que se equipara al hambre, a una tierra baldía. En la segunda estrofa la hablante se desdobla y se mira, se sitúa en una naturaleza hermosa y desolada, representada en la sinécdoque (hurón/pájaro), animales que simbolizan de alguna manera, también, a la hablante.

En la tercera y cuarta estrofas, la mirada que —como cámara cinematográfica— ha comenzado en ángulo abierto para hacer un travelling sobre la tierra ("todo ésto"), luego se va enfocando en ciertos elementos de la naturaleza altamente simbólicos (la ruta, el hurón, el pájaro), y finalmente se centra, en un primer plano, en el cuerpo de la mujer.

Hay un claro antes, cuando la hablante se volcó a la sensualidad desbordante del baile alegórico en un hotel de lujo. Este antes, equiparable tanto a la juventud de la hablante como a la geografía pre-menemista, se recuerda erótico— "rojo" (inevitable también que recordemos el título de su Rojo junio, publicado en los años todavía en cierto sentido eufóricos del gobierno de Alfonsín)— y heroico. El "ahora" en cambio, se caracteriza por la ausencia de rojo; es una geografía/cuerpo femenino "lavado" y gris, representados en la escritura. Además, el mismo acto de escribir se degrada. La escritura, teñida de lo sagrado en los tres primeros poemarios especialmente, se convierte aquí en una suerte de recompensa (siempre incompleta, insatisfactoria) de la heroicidad y belleza—de la vida— perdida.

En la última estrofa, la hablante-poeta levanta la vista de la página donde garabateaba alguna historia "fracasada" "en las márgenes". Alza la mirada desde esa "luminosidad recordada" y la clava en el lector —clava en mí esa mirada vacua y expectante de actriz de provincia y me demuele.

La energía bisémica de este texto —la posibilidad de leer "Campo quemado" como una denuncia de la Argentina de los 90 y como re-cartografía, como un hacer visible las marcas de género de la mirada patriarcal mutiladora de la mujer— lo hace un texto más rico y complejo. También impide que estemos satisfechos sólo con la lectura "fácil": el retrato de una mujer mayor que ha internalizado, complicita aun sin querer, la mirada patriarcal sobre el cuerpo femenino y que lamenta la pérdida de su gloria pasada. Estas geografías se (con)funden; cada lectura problematiza la otra y difiere una noción de totalidad. Y sin embargo, esta mirada femenina despiadada y desolada me interpela. Persiste la imagen de la poeta "ahora", "inconsistente y neutra", encarnando el terible oxímoron de la "actriz de provincia".

Actualmente Paulina Vinderman se encuentra trabajando su octavo libro de poesía.
En una nueva serie de poemas titulada "Vivir para contarlo" (publicada en la revista Hablar de poesía de Buenos Aires), Vinderman no está "en paz", lo que se esperaría, quizás, de una poeta de su generación. Plena dueña de sus poderes expresivos, su mirada lúcida e implacable regresa ahora a su Buenos Aires, y hacia su propio quehacer poético: es decir hacia sí misma. Se autoironiza, guiñándole el ojo intertextualmente al lector familiarizado con su obra: "Otra vez cúpulas en el poema, otra vez la ciudad./ Las travesías se volvieron copias/ de ciudades tocadas sólo por supervivencia, /para regresar a la mía". Pero a pesar de esta conciencia de repetición y fracaso, a pesar de habitar ahora una Buenos Aires irrevocablemente cambiada, tan diferente del somnoliento barrio de Villa Crespo donde se crió, Vinderman afirma: "Habrá un sueño para seguir, en un paisaje carbonizado".


   
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Diseño y Desarrollo: Mariel Burstein