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Mayo


XIX


No sobreviven los mejores, solías decir
y soportabas la certeza como un sabio herido.
Yo te miraba frente al fulgor
buscando el hogar, la cueva del orgullo, los caballos del sueño.
Y temblaba, como si se tratara de una revelación.
Rara, desolada revelación.
Pero mis papeles lo sabían. Mi apuro, mis emociones buscadas,
la facilidad de ver la escena, escondida detrás de un
eucaliptus en cada despedida.

Estábamos envueltos en la música de una historia común
en una ciudad hermosa e invadida.
Sonaba una guitarra eléctrica y sonaba el golpeteo del agua
contra los murallones. Y los mozos, ausentes,
nos servían un café concentrado, un poco frío,
que tomábamos de un sorbo apurando un destino,
inscribiendo ese círculo ciego en lo real.

Nos moveremos en la ilusión del mundo
enfermos de lucidez, vendados con el ansia húmeda
de un porvenir que no importa.
¿Y dónde vamos a estar mañana, cuando anochezca?

Es una fiesta que crece en la rotura de los paisajes
sobre bancos de arena, de piedra, de felpa,
de desesperada precisión por la textura.

Mientras olemos las especias que disfrazan el hambre
jugamos una interminable partida de billar
en hoteles de pueblos mezquinos y resignados.

La risa de las mujeres bajo los paraguas negros ¿es la vida?
Nuestro silencio, nuestras pesadillas antes de cruzar los pasos
de montaña ¿es el precio?
La lagartija se mueve igual que mis dedos
tratando de apuntar a un blanco desfigurado por el calor.

El agua es escasa.

Sólo eso anoto en mi cuaderno y creo hacerlo
con neutralidad
Pero debajo se esconde una dicha desconocida y audaz.

Juguemos a las estatuas dragoncito, juguemos
hasta que se ponga el sol.
Esa impaciencia que nos corroe por dentro
sólo es sangre prehistórica, y ni siquiera puedo darte
la promesa de no olvidar.

Me esperan.
Me esperan en un cubo de cemento donde
mi saco y mi sombrero cuelgan de un clavo en la pared.
Iremos por agua potable cargando un farol prestado.
No sé -de veras no sé-
si miraremos o no las estrellas clavadas en el cielo
pero están allí (algunas muertas)
sentadas en un bosque poderoso, sostenidas en parte
por nuestra oscura, empecinada vigilia.

 
 
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