La aldea
Era una cierta aldea
de colores rojizos.
Había una morsa de piedra
vigilando la palabra.
Los hombres bebían
y cantaban canciones de olvidos y de mar
y los barcos alejaban las canciones.
Mis dedos recuerdan a veces
cuando la carta cae dada vuelta.
pero no saben explicar
mi corazón fuera de sitio.
Las calles verdaderas
comban sus edificios a mi paso
y no sé si estoy
ni recuerdo mi nombre.
Sólo sé que era una aldea
y la alegría era dura, fuerte, desalmada.
Y que tal vez, como a la morsa,
me haya tocado custodiar esa palabra.
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